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Edurne significa nieve en euskera, quizás su libro ya estaba providencialmente escrito desde las primeras páginas. Ella es la primera mujer en la historia en ascender a los 14 ochomiles (montañas de más de 8.000 metros de altura) y como tarjeta de presentación, no está mal, pero también son relevantes los descensos de su vida por una terrible depresión, las indecisiones, el fracaso, la frustración… Traumáticas experiencias le han llevado a replantearse su futuro en varias ocasiones: perder compañeros de escalada o sufrir amputaciones por congelación, pero la pasión por el montañismo siempre era más fuerte. Esta guerrera sabe bien lo que es el esfuerzo, la constancia y el éxito, pero también conoce la cara oculta de la montaña: ha estado a punto de perder la vida y también de quitársela.

Edurne Pasabán completó su gesta en 9 años, desde su primera ascensión en el Everest (en 2001) a la última, el Shisha Pangma (en 2010). Para coronar esos 14 ochomiles, fueron necesarias 26 expediciones y es que, por mucha preparación y motivación que tengas, no siempre haces cumbre. Es el momento de la autocrítica, de analizar en qué has fallado y qué hay que corregir para volver a intentarlo. Toca regresar a casa sin que nadie espere en el aeropuerto.

Edurne comenzó a pasear por el monte, de la mano de sus padres, en el Pirineo. A los 14 años -más atraída por el monitor que por el alpinismo- se inscribió en el club de montaña de su ciudad, Tolosa. El príncipe azul destiñó al primer lavado y aquella historia de amor adolecente no prosperó, pero su pasión por la escalada no la abandonaría jamás. Su primo Asier, futuro compañero de aventuras, también fue clave y enseñó a Edurne a escalar en roca. Entre los 16 y los 21 años llegaron ascensos determiantes: el Mont Blanc, el volcán Chimborazo, el Nevado Ishinca y el Urús entre muchos otros, pero no se plantea dedicarse profesionalmente a ello y estudia Ingeniería con la intención de encargarse del negocio familiar.

En 1998 dio el estirón definitivo en la montaña e intentó conquistar su primer ochomil: el Dhaulagiri, pero tuvo que renunciar a falta de 272 metros para la cima por la gran cantidad de nieve acumulada. Tres intentos a tres ochomiles y no hacía cumbre. “Bueno ya has probado, déjalo” eran los bienintencionados cantos de sirena de sus allegados, pero no lograron que desistiera: Edurne sabía que con más esfuerzo y preparación iba a lograrlo. Tuvo claro que no hay que hacer las cosas para los demás, el reto tiene que ser contigo mismo.

En 2001 se incorpora a su primera expedición al Everest (8.848 m). Estar en el techo del mundo es un sueño hecho realidad. A sus 28 años era una perfecta desconocida en el mundillo montañero pero el “himalayismo” corría ya por sus venas: tenía que regresar.

Edurne no contaba sus ochomiles, contaba aventuras, cimas y logros con mucha naturalidad, disfrutando y sin “profesionalizar” su pasión. Al año siguiente sumó su segundo y tercer ochomil: el Makalu y el Cho Oyu. En 2003, consiguió las cimas de Lhotse y los dos Gasherbrums, un logro reservado a pocos alpinistas de élite. La montaña miró a Edurne con otros ojos: era una firme candidata a ser la primera mujer en completar los famosos “catorce”, pero quien menos se planteaba tal posibilidad era la propia Edurne: “solo quiero escalar”.

En 2004 consiguió conquistar el K2, segunda montaña más alta del mundo (y la más complicada) con el equipo de Juanito Oiarzabal en “Al filo de lo imposible”. No estaba en su lista, pero era una oportunidad que no podía desaprovechar. El descenso al campamento base se complicó. ¿Miedo? mucho, pero como ella sostiene, te mantiene alerta y al superar el reto hace que ganes en confianza.

Cuesta entender cómo una persona como ella, con sus hazañas en la cima del mundo, descendiera a los infiernos arrastrada por la avalancha de la depresión -que la mantuvo varios meses ingresada en un hospital psiquiátrico- en una montaña rusa, y que la llevó a intentar suicidarse un par de veces. Luchadora, valiente y terriblemente frágil: un ser humano, al fin y a cabo.  

Superado el episodio, regresa a la montaña (medicada) y en el 2007 corona el Broad Peak. Le siguen en 2008 la cima el Dhaulagiri y la del Manaslu. En 2009 llegó el Kangchenjunga, y aquí, nuevamente, mira a la muerte cara a cara.

Un error -casi de aficionada- estuvo a punto de acabar con su vida. Llevaba 25 expediciones en su mochila, sobrada experiencia para afrontar el reto, ya solo quedaban solo 2 ochomiles. Tras una etapa que se alargó más de lo necesario (una travesía de 8 horas se convierte en dos días) optó por irse a descansar al llegar al campamento base: derretir nieve y comer algo no son una prioridad. La deshidratación (a esas altura es mucho más acusada que a nivel del mar) y una peligrosa bajada de potasio le pasó factura al día siguiente y, si no es por su equipo, hubiera perdido la vida allí. Abandonarla no es una opción, por mucho que ella insistiera en que la dejaran allí, incapaz de dar un paso. Dejan todo su equipo, cámaras, mochilas…y descienden arrastrando –literalmente- a Edurne al campamento.

En 2010 alcanzó la cima del Annapurna, y por fin, el 17 de mayo de 2010 coronó, en su quinto intento, el Shisha Pangma, completando así los 14 ochomiles. Tras coronar el Sisha Pangma, los dos días de trekking antes de llegar al coche que los llevaba a Katmandú, Edurne no paraba de preguntarse “¿y ahora…qué?” En vez de disfrutar, sentía un vacío enorme, más que 14 montañas, habían sido un camino de esfuerzo, constancia, superación, retos. Era imposible encontrar un proyecto tan grande, pero en la vida hay que seguir conquistando cotas que te motiven. Así llego Max, su ‘ochomil’ número 15: ser madre. 

Son los innumerables premios que ha recibido, entre los que destaca la Medalla de Oro al Mérito Deportivo y el Premio Reina Sofía a la Mejor Deportista del Año en 2011. Edurne solo tiene palabras de agradecimiento a todas esas personas que tanto le han ayudado, motivo que provocó la fundación de Mountaineers for Himalayas, por el desarrollo educativo de los niños de la zona.