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Erase una voz… hace 47 primaveras de Vivaldi, José Manuel Zapata (Granada, 1973) dio su primer “do de pecho” en el majestuoso escenario de la Alhambra. Aquel bebé regordete estaba llamado a convertirse en uno de los tenores más famosos del mundo pero, lejos de mostrarse como una primma donna,  sorprende la humildad de este artista inmenso -antidivo de cero ego- de los que ya no tienen nada que demostrar y “no se vuelve vulgar al bajarse de cada escenario…”

Zapata es muy consciente que su público se está muriendo, hay demasiados lomos plateados en las butacas. En la ópera, tanta parafernalia y liturgia aleja al público, él lucha por quitarle esa seriedad a través del humor, el mejor camino para democratizar y acercar la música “culta” a las nuevas generaciones. Por supuesto que esto le ha supuesto no pocos detractores, de esos ultraortodoxos -que aprietan mucho los puñitos indignados- y que siempre son un freno a la innovación.

“Joselito”, como le decía su abuela, debutó con tres años en el patio de luces del piso familiar en Granada. Las vecinas aplaudían y le tiraban caramelos al tiempo que le jaleaban. Así, a ritmo de tangos y boleros, aquel niño viejuno -que cantaba a Gardel mejor que Gardel- era inmensamente feliz (con su abuela Concha como manager improvisada) y su pequeña vida resultaba gigante. Pero no lo era en absoluto.

Su padre taxista, tenía la licencia número 1 de Granada, ahí empezaba y acababa su glamour. Su madre, una depresiva crónica y con un chantaje emocional constante muy difícil de sobrellevar. Más aún a esa edad en la que te sientes tan atrapado, y ser un gordito con gafas no ayuda. Los niños siempre han sido muy crueles, se ceban en el más débil o en el diferente y “Culito de Panadero” estaba sentenciado a ser el blanco de todas las burlas. Pero José Manuel consiguió vencer el acoso escolar con humor y música. Anticiparse a las burlas -riéndose de sí mismo el primero- las desactivaba. Su guitarra era el escudo del Capitán América y poco a poco, iba ganando en confianza.

Al llegar la comunión, fue imposible encontrar un traje de marinerito talla XXL “fui de dictador panameño, con una casaca. Parecía Noriega” recuerda entre risas, pero con un poso de amargura.

Tras el primer intento de suicidio de María Rosario, la familia se quiebra. Siempre se sintió una fracasada y nunca llegaría a ser feliz con nada. Su padre decide vender el taxi y, alentado por la creencia popular inexorable de “los bares siempre funcionan y es muy fácil”, la familia abre “Pepe Toro” (“Ruina SA” ironiza Zapata). José Manuel siempre tuvo la esperanza de que todo mejoraría.

La música era su refugio pero no dejaban de recordarle que “de eso no se vive”. Siempre con el miedo al futuro que nos inculcan, como parte de nuestro aprendizaje, en pos de la seguridad y la estabilidad. En 7º ya trabajaba en el bar y era su mayor reclamo. Entre tapa de boquerones en vinagre, “niño cántate algo” y cervecita, fue creciendo y desarrollando una impagable inteligencia relacional. Aprovechar el talento hace que te sientas feliz con aquello que probablemente mejor se te da.

COU le gustó mucho, lo hizo dos veces de hecho: «yo era bastante vago, me encantaba la ‘observación del medio’, y no fui buen estudiante hasta que encontré lo que de verdad me gustaba. Me sabe mal, pero hay muchos niños como yo, a los que se etiqueta como malos o que no sirven, y eso además de injusto es cruel porque solo están esperando su momento»

Y su momento llegó. Su amiga Miriam le animó a hacer una audición en el Coro García Lorca donde ella estaba, y allí (¡aleluya!) se enamoró…de Hëndel. Fue amor ‘a primera escucha’, le hipnotizaron aquellas voces, las armonías que se entrelazaban y tuvo una revelación: supo a qué se iba a dedicar el resto de su vida. Al llegar a casa (hiperventilando y recordando las palabras de la directora del coro) dijo a su padre: “¡Soy tenor”, y éste le contestó: “Tú eres tonto, anda, atiende a esa mesa” Una vez más, los ladrones de sueños en el entorno cercano.

Cuando uno tiene su primera oportunidad, tiene que aprender a controlar los demasiados: querer destacar demasiado, querer demostrar demasiado…La primera vez que cantó con el coro aprendió una lección para toda la vida: a valorar y respetar el trabajo en equipo, formar parte de algo más grande que uno mismo. A José Manuel le pudo el ansia y su voz (de “jabalí ibérico apareándose”) sobresalía como un clavo oxidado. Supo entonces lo que significaba fundirse en una sola voz y “empastar”. Poco a poco fue encontrando su tono.

La siguiente parada de este camino llegó con “Los Tres Tenores”. Un amigo le había pasado una cinta VHS “con música de esa que te mola”. Entonces tuvo la segunda revelación al escuchar a San Pavarotti cantar ‘Nessum Dorma’. Ya no quería ser un tenor, quería ser ese tenor. “Ese día quise ser él, porque consiguió meter la ópera en las casas de todo el mundo. No necesitas saber nada para que te guste, emociona”. Años después Zapata la interpretaría en la película de Amenabar “Mar Adentro” (la escena cuando Javier Bardem, como Ramón Sampedro, vuela por la ventana soñando…)

Como no puedes brillar sin estar pulido, era hora de entrar en el conservatorio. Decide aplicar a la Escuela Superior de Canto de Madrid y obtiene una plaza, pero no se adaptó y resultó herido en el intento. Su “Graná” del alma le tiraba del corazón. Tristeza, mucha tristeza. Llamadas a casa. Chatarra mental. Le costaba entender esa competitividad y el poco compañerismo que allí se vivía. Siguen años confusos, perdido, de dudas y abandono… Es increíble lo roto que llegó a estar, pero la música seguía siendo el estribillo insistente de su vida.

Tras una etapa oscura, y con 23 años ya, decide hacer un último intento y se marcha a Valencia para ponerse en manos de Ana Luisa Chova. Ella le trajo de vuelta. Fueron casi cinco años con ella, curando heridas, reilusionándose.

El  10 Julio 1994 da su primer recital como solista, fue en su tierra, en el Auditorio Manuel de Falla de Granada. El globo empieza a coger atura. Dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea porque puede hacerse realidad.

En 2002 conoce a la persona que cambiaría su vida Alberto Zedda, quien le presentó a la segunda más importante, Gioacchino Rossini. Si uno quiere ganar a lo grande tiene que apostar a lo grande: inicia su carrera internacional. Actuó en el Teatro Real de Madrid, el Liceo de Barcelona, el Deutsche Oper de Berlín, el Semper Oper de Dresden, el Reggio Di Parma, el Massimo de Palermo, el Rossini Opera Festival, el Theâtre du Chatelet y el Theâtre des Champs Elysées de París y el Teather An der Wien, entre otros muchos.

En medio de esta vorágine, conoce la tiranía de la imagen y la “gordofobia” de los directores. Se somete a un bypass gástrico y pierde 65 kilos. Pero el éxito convive con la derrota y la fama tiene una implacable cara B: cada vez se reconoce menos. Empieza a notar síntomas de agotamiento: la soledad, vivir en aeropuertos, llegar al hotel tras una noche de triunfo y nadie con quien compartirlo. En estos años Zapata se ha casado y ha tenido una niña…Cuando regresa a casa su hija le vuelve la cara y llora desesperada porque no reconoce a ese señor.

Y entonces llega su gran oportunidad: el Metropolitan Opera House de Nueva York…por primera y última vez. De hacer ‘bolos’ a 300€ en Valencia había pasado en menos de cuatro años a debutar estaba en el templo de la ópera poniendo su alma, su vida y su voz en el Conde Almaviva. Entretanto el “qué cojones estoy haciendo con mi vida” ya era demoledor. Navidad en el pequeño restaurante mexicano de la esquina. Llevaba veinte años de faranduleo sobre un escenario, sin tiempo para lo más sencillo, a medio mundo de los suyos. Se había convertido en una de esas personas que ha perdido la ilusión en su trabajo. Y un día, al levantarse, decidió que la felicidad estaba por encima de todo: quería ser rico en tiempo y dueño de su destino. Hay que ser muy valiente para darse la vuelta en lo más alto y desandar el camino. Tiempo para desaprender, repensar y reaprender.

Se habla mucho de los éxitos y poco de los fracasos y de éstos últimos se aprende mucho más, “con el paso de los años te das cuenta que el único gran fracaso de la vida es no ser feliz“ y en eso está.

Actualmente está volcado en crear su marca personal y en llevar a cabo una innovación creativa en un mundo tan apolillado como es la ópera: «quiero conseguir que el mayor número de personas que tenga cerca sienta escuchando música clásica lo mismo que yo sentí la primera vez que escuché a un coro interpretar el Aleluya de Händel». Reconoce que no se ha sabido dar con el lenguaje juvenil: “O cambias con tu público o tu público muere y tú mueres con él”. Crea espectáculos, hace colaboraciones radiofónicas y televisivas e imparte conferencias para empresas….Es lo que tiene carecer de paz interior. Hoy puede decir que es una persona plenamente feliz.

Desde hace más de tres años vive en Illescas (“la Toscana de la Sagra” como la llama él), un pueblo de Toledo a 35 kilómetros de Madrid. Dedica el fin de semana a su familia: tiene una hija propia, María de 14 años, y otra en cooperación (de su nueva pareja, Teresa) de 9 años que se llama Elena. No duda en contar que a Teresa la conoció por Meetic. Se había separado y no quería a nadie del entorno… Fue la primera y la única cita que tuvo, ese día sintió que era “futurible” y se borró. “No aproveché el bono para nada, 36 euros que pagué…la conocí a los 15 días de haberme apuntado y esa misma noche me borré” Sentido del humor y del amor made in Zapata.

Conclusión: primero llega la vocación y luego la profesión. Si la vocación te abandona durante la profesión…Tutto é finito. ¡Que la buena música os acompañe siempre!