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La historia de Albert Llovera podría haber sido una historia triste. Muy triste. Pero no es así.

Este artículo no va sobre la compasión ni las dificultades de padecer una minusvalía, sino todo lo contrario: habla del esfuerzo, de las inmensas ganas de vivir y de cómo los sueños sobrepasan las limitaciones.

Bio de Albert LLovera

Ciertamente, son pocos los que nacen con las líneas del destino bien marcadas, pero él sabía que iba a ser un deportista de élite, un campeón, ya en la adolescencia. Después de varias carambolas recorriendo todos los colegios de su Andorra natal, se acabaron los centros que quisieran acoger a aquel niño inquieto que revolucionaba al resto con sus travesuras. Sus padres, desesperados con el pequeño Albert, lo inscriben en Bilbao, en un colegio interno. Duró poco también, pero al volver a casa tenía un objetivo: el esquí.

Con el compromiso de estudiar y centrarse un poco, sus padres y profesores le permitieron competir. Y, efectivamente, los resultados académicos empezaron a mejorar, hasta el punto de que su madre, llamó incrédula a la federación para asegurarse de que Albert no estaba copiando. Pero no lo estaba haciendo: tenía un propósito, un objetivo por el que luchar.

Primeros pasos con las botas de esquí

Practicar el esquí siendo andorrano es casi obligatorio, una cuestión de branding. Y llegaron los primeros Juegos Olímpicos (Sarajevo1984) donde Albert -con tan solo 17 años- fue el deportista más joven. Ya no era una promesa, era una realidad.

Pero aquello terminó pronto y de la peor manera posible.

Caerse está permitido, levantarse es una obligación

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El accidente de Albert LLovera que lo cambió todo y no cambió nada

Llovera competía en la Copa de Europa (de 1985 en Serbia) cuando su vida sufrió un terrible punto de inflexión. Descendiendo en posición “de huevo” -con la cabeza agachada- para arañar esas décimas cruciales en competición, un juez de pista se cruzó en el descenso. El impacto fue brutal.

Aquel armario de 2×2 que no dejaba de gritar sólo tenía una cadera fracturada, pero se quejaba tanto que fue el primero en ser evacuado en el único helicóptero disponible. Las lesiones de Albert eran tan graves, que dejó parte de su vida en aquella montaña y le condenaron a una silla de ruedas.

Al trauma del momento hay que sumarle la peregrinación de hospital en hospital…nadie quería hacerse cargo de aquel caso de paraplejia irreversible. Y, finalmente, Albert fue trasladado a Andorra. En casa las heridas cicatrizan mejor. Además, sus amigos y la familia actuaron -y siguen haciéndolo- de cortafuegos emocional.

Aceptación

Lejos de rendirse y convertirse en una persona sin esperanza, asumió la nueva realidad. Si tenía que aceptar la silla, haría que su vida fuera sobre ruedas de verdad. Así, viendo el mundo como un niño -a algo más de un metro del suelo- empezó a hacer muchas cosas cotidianas por primera vez.

Las heridas físicas tardaron en sanar, Albert se había partido el esternón (el hueso más duro y difícil de soldar), las costillas del costado izquierdo, la clavícula, el omoplato y tres vertebras dorsales, la 3, 4 y 5.

Las emocionales -frente a todo pronóstico- fueron más rápidas en cicatrizar. Albert se centró en lo que tenía, no en lo que le faltaba… A partir de allí empezó a construir.

Kintsugi

Hay una técnica milenaria japonesa, el kintsugi, que consiste en reparar las vajillas rotas con resina y oro, los fragmentos vuelven a recomponerse, pero las cicatrices quedan en la porcelana como testimonio de resiliencia y superación.

Las de Albert nos cuentan una historia de valentía y resurrección.

No dejes que nadie te diga que no puedes. Tus sueños son tuyos y tu vida también.

El sueño americano

En esa cama de hospital donde pasó meses, Albert no iba a desaprovechar la oportunidad de vivir intensamente. Llegó en forma de emisarios de la NASA, su caso había llamado la atención de los científicos que estaban desarrollando un exoesqueleto y estudiaban la electroestimulación. Y con ellos se marchó Albert.

Lejos de olvidarse del mundo del deporte, en EEUU empezó a jugar al baloncesto. No es que le entusiasmase…pero se sentía vivo de nuevo. Una fuerza de voluntad inquebrantable y un tremendo espíritu de superación le permitieron seguir activo como deportista de alto nivel. Con los Charlotesville Cardinals de Virginia, volvió a competir y consiguieron en 1989 un meritorio subcampeonato del Mundo (IWBF) en Toronto, Canadá. Para no gustarle el baloncesto, no está mal. Se podría haber quedado allí…pero ya lo dijo Dorothy, no hay nada como el hogar. Y Albert regresó.

Los rallyes, Dakar y nuevos retos

Enseguida llegan los rallyes, la adrenalina y la velocidad. La Copa Renault Clio o la Copa Citroën ZX al principio, el Campeonato de España con FIAT (marca a la que ha estado ligado históricamente) y el Campeonato del Mundo (categoría Junior WRC), convirtiéndose en la primera persona con discapacidad que corría en el Mundial.

Pronto dobló su apuesta y vino el más difícil todavía. En 2007 participó por primera vez en el Dakar y la experiencia le enganchó. Considerada la carrera más exigente del mundo, Albert sumaba la dificultad de competir por la categoría ordinaria, no en la especial por tener una minusvalía. Ha logrado finalizar el Rally Paris Dakar en 2015, 2016, 2017 y 2020 El piloto no conoce límites.

Su vida al margen del deporte es igualmente excepcional. A pesar de su paraplejia logró ser padre de Cristina, una hija nacida de forma totalmente natural. Además, tiene su propio negocio de ortopedia.

Gracias Albert, eres pura inspiración.

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