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Manuel López, el pianista de la mano izquierda y el talento diestro

Juan Manuel López, es un genio del piano. Y de la resiliencia. Cuando acaricia las teclas no se le escucha, se le siente, y eso es probablemente todo lo que importa. Que su música llegue igual que lo hace su historia, que nos regala un mensaje esperanzador sobre la capacidad humana de trascender a sus circunstancias.

Su biografía habla de esfuerzo y mérito -más que de fama y éxito- pero su libreto está escrito con mala letra, borrones y páginas en blanco. La vida le obligó a tocar una partitura que no quería y la adversidad se convirtió pronto en el estribillo insistente de su vida. Hoy Manuel ha demostrado que “imposible” es sólo una opinión, y que a él esa palabra no le va a derrotar. Este Súper López sin capa consiguió sus poderes como se logra todo en esta vida: con trabajo, esfuerzo e ilusión. Un tesón que le modeló como persona y como artista, despertando admiración y respeto.

Esta es la inspiradora historia de superación de Manu. Con todos ustedes, el pianista de la mano izquierda y el talento diestro. ¡Ovación cerrada para ti, maestro!

El pasado es para aprender, no para vivir

A sus 43 años recién cumplidos, este madrileño adoptado por Málaga ha vivido ya más de una vida, muerte y resurrección debido a las sacudidas del destino. Sus heridas fueron graves, le ha costado sanar y asumir la temporalidad -el cambio es lo único constante- y que el éxito convive con la derrota. Ahora regresa coronado como uno de los mejores pianistas con la mano izquierda. Llevaba muchos años sin ser él, pero ha vuelto. Y le brillan los ojos.

Cuando habla, se tropieza a veces con las palabras, él se disculpa turbado alegando una disartria (efecto colateral del ictus que le dejó paralizada la mano derecha) pero es más bien la emoción que siente en estos momentos de renacimiento. No importa, él se expresa con su música, habla con su piano.

Vamos a contar la historia de Manuel como merecen ser contadas todas las buenas historias, con una poderosa banda sonora que abrace los momentos más intensos.

Amanecer (Morning Mood) “Peer Gynt” Griego 

Todos nacemos con un talento, aunque muchas personas mueren sin haber descubierto el suyo. A Manuel la etiqueta de niño prodigio se le queda corta, al igual que sus admirados Chopin, Liszt y Scriabin, todos ellos precoces genios de la música.

Mientras España salía de su letargo y vibraba emocionada con Naranjito y “su” Mundial del 1982, Manu entraba de la mano de su abuela Pilar -con solo 4 años de edad- en el Conservatorio Elemental de Música y Danza de Pozuelo de Alarcón (Madrid) bajo la tutela de su querida mentora Gema Simo. Con 15 ya había hecho historia, fue el alumno más joven en acceder a la Carrera de Piano en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Aquí se forma con el reputado Guillermo González y, con 17, concluye con un “prestissimo tempo” su formación oficial con mención honorífica.  

Llegan los premios y reconocimientos (Premio Internacional de Piano Ciudad de Carlet Valencia, 1997) La crítica y los medios -nacionales e internacionales- le aclaman por su incuestionable virtuosísimo. Conciertos por el mundo. Proyección. Orgullo. Inmortalidad.

Pronto sobreviene un sorprendente giro de guión que le lleva a actuar en el peor de los escenarios.

Preludio n.º 1 en do mayor – Johann Sebastian Bach

Algo no va bien. La mano derecha empieza a no responder. Tardará veinte años en ponerle nombre a su afección, pero estaban empezando a florecer los síntomas de la distonía focal, un trastorno del movimiento que le marca el alma de por vida ¿El daño colateral más doloroso? Peligra su fulgurante carrera.

“En aquel entonces no teníamos Internet y no sabíamos tanto como ahora. Dos dedos se me encogían hacia la palma, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo”

La banda sonora de su vida se desafina. Empieza a morir un poco. Querido Manuel, todo este dolor que ahora sientes te hará crecer.

1999, nos asomamos al cambio de milenio. Manuel tiene 21 años. Se mantiene en un estado de negación y resentimiento que agita los cimientos de su vida. Pero el dolor es mensajero y hay que escuchar a nuestro cuerpo. “Esto no me está pasando a mí, no me lo creo” se convierte en la cancioncilla insistente y machacona en su cabeza.

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Tocata y fuga en re menor, BWV 565 de Johann Sebastian Bach

Manuel sufría cambios constantes de ánimo, que los especialistas confundían con un síndrome bipolar o un trastorno de la personalidad. Se marcha a Holanda, a estudiar en el Conservatorio de Rotterdam con un discípulo de Franz Liszt. Da conciertos en distintas ciudades europeas pero le invade una profunda inseguridad. Se exige cada vez más y la tensión de la mano va en aumento hasta que, en el verano de 2001, su mano derecha empeora. Poco a poco se vuelve tímido, se recoge, se atrinchera, se bloquea, se rebela. Es incapaz canalizar su rabia y olvidarse de una vida que ya no es suya.

Uno está donde está por las circunstancias, pero también por las decisiones que toma, y eso, solo depende de nosotros. 21 años. 22 años. 23 años. Son años en caída libre actuando por desesperación más que por inspiración.

Hay preguntas que uno no debe hacerse, porque duelen, porque no van a ninguna parte, porque nos martirizan. La suya era: ¿por qué a mí? No le dio tiempo a ser algo más que una promesa. Pero una vez que sale, no puedes volver a meter el genio en la lámpara.

Un tiro al aire desesperado

Tener expectativas realistas no es rendirse sino enfocarse, llegan otros instrumentos como el violonchelo y orquestas de provincias. Pero, si no persigues tus sueños, estos  te perseguirán siempre. Después de varios conciertos fallidos y con una profunda depresión, finalmente, empieza a tocar con rabia los tambores de guerra, se enfada con el mundo y desaparece.

“Entonces me dediqué a hacer muchas cosas que no me llenaban en absoluto, incluso intenté salir del abismo de una vocación asfixiada tocando el violonchelo, pero no. Añoraba el piano y me latía dentro una frustración muy grande”

A los 24 años Manuel no puede más y aprieta el stop. La mano no responde. Negación, enfado, negociación, enfado, tristeza, enfado, depresión. Y el telón cayó del todo. Con una asfixiante sensación de impotencia, deja la música. Empieza una etapa en blanco -o, mejor aún, en negro- donde siente el vértigo de la incertidumbre.

Si estás atravesando el infierno, no te pares (Winston Churchill)

Once años con sus “me da igual todo ya en esta vida” son demasiados. Trabajos alimenticios, fáciles, poco desafiantes y nada inspiradores. Una deliberada ausencia de expectativas para no defraudarse. No quiere dar pena, ni tener que dar explicaciones. Nadie podía acercarse lo bastante, nadie podía quedarse. Continua la huida. Deambula desnortado. Ya no tiene una carrera, simplemente corre por inercia. Cuando menos se lo espera, sobreviene una oleada de dolor que le deja sin aliento. El victimismo destruye.

“La distonía te condiciona mucho y te hace pensar demasiado, y lo que hay que hacer con la música es sentirla, no pensarla”

Prueba suerte, mala suerte, en todo tipo de trabajos y se va a vivir fuera de España. Se refugia en Rusia, cuna de grandes compositores e intérpretes, pero nada le llena, sus heridas emocionales no curan y los recuerdos cortan como cristales… Vivir en el pasado, en lo que pudo ser, es morir en el presente. Durante esos años es incapaz de pisar un auditorio, ni siquiera para escuchar a otros músicos. Estaba tan perdido en su propia vida que asustaba.

Claro de luna – Claude Debussy

En 2013 Manuel cumple 35 años. Lleva más de una década arrastrando los pies cuando los médicos le diagnostican una distonía focal, enfermedad conocida como el cáncer del músico. Por fin puede ponerle nombre a su dolor. ¡No estaba loco! Empieza el maratón emocional…

Manuel respira aliviado porque ya sabe lo que pasa, aunque sea tarde. Pero se ahoga de nuevo cuando los medicamentos y la toxina botulínica no le alivian. Al final del túnel solo hay una prioridad y una obsesión, y se llama cirugía. Por fin siente que alguien le llena el vaso medio vacío por él. A pesar del alto riesgo, en diciembre de 2018 vuela a Japón para ponerse en manos de un prestigioso y exclusivo doctor. Alerta spoiler: salió mal.

La talamotomía​ es un arriesgado procedimiento quirúrgico invasivo contra el Parkinson y la esclerosis múltiple. Consiste en la ablación por radiofrecuencia en el tálamo -el controlador de algunos movimientos involuntarios- y solo un médico japonés está dispuesto a correr el riesgo de meterse en su cerebro para paliar la distonía que le ha arrinconado durante estas dos crueles décadas.

Lo malo es fantástico comparado con lo muy malo

22 de diciembre de 2018, Día del Sorteo de la Lotería, entra en quirófano: efectivamente, le toca el Gordo. Tres días después, el día de Navidad, un macabro regalo: sufre un ictus que añade más dolor al dolor y le inmoviliza definitivamente el brazo derecho. Aquello era una sentencia a muerte. La compleja intervención ha originado un infarto cerebral que acaba de cortocircuitar todas las esperanzas de Manuel de volver de Japón resucitado. Se rompió como nunca. El vaso medio vacío estalla en mil pedazos sobre el suelo.

Y la carroza volvió a convertirse en calabaza.

De nuevo, otra vida inesperada que le saca de contexto. Tocado y hundido, vuelve a caer en una grave depresión. Pensamientos suicidas. Una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobra.

Preludio Op. 28 (en Mi Menor) – Frédéric Chopin

Un buen día, leyendo sobre Leon Fleisher —pianista estadounidense que padeció una distonía en la mano derecha—, Manuel se siente inmediatamente identificado. Fleisher —que falleció en 2020— contó en su libro de memorias, “Mis nueve vidas” cómo logró triunfar interpretando obras creadas para ser tocadas solo con la mano izquierda. Treinta años después, en 1994, recuperó la movilidad en ambas manos. Manuel se aferra a esa pequeña esperanza como un náufrago a su tabla.

No se puede tener una vida positiva con una mente negativa. 

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El lago de los cisnes – Piotr Ilich Chaikovski

En 2019, la vida adquiere un nuevo color deja de matirizarse con el “¿por qué?” e incorpora el “para qué” en la ecuación. Aquel cisne que se había pasado dos décadas chapoteando en un lago de lágrimas, revive cual Ave Fénix. 

Y sí, la vida a veces es injusta, una mierda, pero hay que saber transformar esa mierda en abono. Y, frente a todo pronostico, cuando ya todo parece perdido, Manuel reacciona y aprende a convertir el duelo en materia prima para renacer. Emprende el camino de regreso. Tomar el control de nuestra mente es coger el control de nuestra vida. 

La tragedia se convierte en un rito de paso que le hace crecer, creer y evolucionar. Por fin ha aprendido a aceptar el “para siempre” y esa aceptación supone una inmensa liberación. A partir de allí puede empezar a construir.

“La música lo puede todo. No pierdas nunca la capacidad de soñar”

Uno sólo es incapaz si se siente incapaz, Manu abandona los pensamientos limitantes y se abre camino el pensamiento lateral más creativo. Amanece una idea que no se le va de la cabeza. “Tengo una mano sana. Mi mano izquierda, ¿podría?”.

Reconocer tu debilidad puede convertirse en la mayor de las fortalezas, deja de ver las cosas como son para empezar a verlas cómo podrían ser. ¿Por qué conformarse con lo que nos viene en lugar de buscar lo que realmente nos motiva?

De Lacrimosa al Himno de la Alegría

Todos somos víctimas y responsables de nuestra propia vida. Si no está en nuestras manos cambiar esa situación que nos produce dolor, que intoxica nuestra mente, siempre podemos elegir cómo afrontarlo. 

A veces, tú solito tienes que darte la charla motivacional y hacer lo posible por buscar la salida de emergencia de ese largo túnel. 

“Quiero mostrar a la gente que tanto en la música como en la vida no hay límites, no debes rendirte nunca ante ninguna adversidad, si amas algo hazlo sin importar tu condición física, quiero que este mensaje llegue a todo el mundo”

Empieza la vida resiliente. Y la mentalidad de aprendiz. Vuelve la ilusión. Y la esperanza. Es tiempo de repensar, desaprender y reaprender. Manu evoluciona exponencialmente con la mano izquierda y recupera el virtuosismo que le caracterizó en pocos meses. Es alucinante la plasticidad del cerebro, cuando aprendes cosas nuevas creas conexiones neuronales y se potencia tu capacidad al tiempo que aumenta la autoestima. 

La vida te va a poner obstáculos pero los límites los decides tú.

Todo parece imposible hasta que se hace

Si uno quiere ganar a lo grande ha de apostar a lo grande ¡Date permiso para intentarlo!. Con trabajo y esfuerzo ha logrado interpretar a Chopin solo con su mano izquierda con una soltura grandiosa, y es que todo parece imposible hasta que se hace, pero así es como nace una leyenda.

 “Me gustaría llevar un mensaje de esperanza. Lo maravilloso es superarse y hacer sonar el piano como si tocaras con las dos manos. Sé que algunos pensarán que estoy loco, pero siempre tiene que haber un Forrest Gump y en este caso soy yo, solo que, en lugar de pescar gambas o correr, toco el piano con una sola mano”

Una vez más comprobamos que las grandes historias de superación, los mayores éxitos, logros y sueños inalcanzables se han hecho realidad tras grandes fracasos y situaciones dramáticas.

Actualmente Manu ha retomado su agenda de conciertos, continua su recuperación -física y mental- y su único objetivo es lograr trasmitir la alegría de vivir. Está ultimando los trámites para lanzar una fundación para ayuda a los enfermos de distonía e imparte conferencias sobre su inspiradora historia de superación. 

¿Y tú, en qué miedo descubriste que eras valiente?

Los otros héroes de la vida y del piano

Existen pocas obras de piano para mano izquierda…y pocos pianistas que se atrevan con ellas por su dificultad. Rossini, Chopin, Bach, Wagner, Gottschalk, Verdi, Franz Liszt. Scriabin. Serguéi Rachmaninov, Brahms. Albéniz.

Son dos las motivaciones principales para afrontar este tipo de partituras. Por un lado, la búsqueda de ese “más difícil todavía”  y la superación técnica que conlleva tocar con la mano, a priori, débil. Por otro lado, y como en el caso de Manuel, la incapacidad.

Cabe destacar el papel esencial el pianista austriaco Paul Wittgenstein.  (1887-1961) que perdió el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial. Encargó gran cantidad de obras para la mano izquierda a los mejores compositores del momento, como Ravel, Britten o Prokofiev.

Schumann también sufrió en sus propias manos los efectos de una distonía del músico.

Artículo escrito por Raquel Sánchez Armán 

Cofundadora de Helpers Speakers