¿Quién es Seydu?
En África la infancia dura muy poco, eso lo sabe bien Anthony Zachariah Jalloh, conocido como Seydu, un trovador y activista sierraleonés. Su nombre quiere decir «suerte» o, mejor dicho, «el de la suerte», aunque nacer en el país más pobre del mundo no es ningún regalo. La vida quiso que fuera un desgraciado, pero a él no le dio la gana.
Su historia personal es tan inspiradora como su música, de llegar como polizón de niño, a convertirse en uno de los mayores percusionistas del mundo. La vida le ha enseñado que es más importante vivir con menos pero vivir más.
«Cuando vuelves a África te das cuenta de que todas esas cosas que puedes poseer no hacen tanta falta»
Seydu ha consagrado su existencia a la música y a la ayuda humanitaria. El estribillo de su vida son esos niños por los que compone, por los que sueña, y a los que trata de cambiar el destino a través de su ong «Diamond Child.
Todo en él es magia, sabiduría, honestidad. Habla en titulares y todas sus reflexiones son para «guardar como». Es de esas personas de alma brillante y sonrisa contagiosa que cuando tienes el regalo de conocer, no quieres que se vayan de tu vida nunca.
La banda sonora de su vida
Seydu nació siendo músico. Tuvo la suerte de crecer en una familia llena de amor y melodía. Su abuelo, Ebenizer (apodado «Calender» porque todos los días actuaba en algún lugar), fue el fundador de la National Trouppe (de la que tanto él como su madre formaron parte). Él le enseñó a fabricar instrumentos con materiales reciclados, un luthier de supervivencia capaz de extraer la magia de casi cualquier cosa. De su madre Fatmata Jalloh aprendió la delicadeza de los cantos fullah mandinga, vivencias que han forjado su identidad.
«En África se recicla todo, los instrumentos nacen del material de la basura. Aprendí eso en mi infancia y he continuado con esa tradición»
Su estilo se conoce como palm wine, toma su nombre del vino de palma. Una música -mezcla de ritmos africanos tradicionales y melodías contemporáneas- que Seydu resucita cargada de melancolía, evocando la serenidad de la brisa del mar. Seydu acaricia conciencias y consciencias denunciando injusticias, con la misma suavidad y dulzura que se expresa en una canción de amor. Y es que en el fondo, de eso se trata: de una declaración de amor incondicional a su país.
La magia de la serendipia
Seydu salió de Sierra Leona de adolescente, cuando era el país más pobre del mundo según la ONU. Llegó a España (Canarias) en barco…pero no con un billete de primera, sino como polizón.
Su madre tenía una cantina frecuentada por pescadores canarios: aquella tierra se convirtió en un objetivo. Acabó en Londres, becado en el Trinity College y de ahí, a Madrid para estudiar en el conservatorio, tras conseguir una de las plazas gratuitas que se ofertaban. En España lleva viviendo treinta años y las tortillas de patata las borda.
No fue fácil: sin conocidos, sin medios y sin saber el idioma. Tocaba en la calle, fabricaba sus instrumentos… estudiaba y sobrevivía. Un día en El Retiro tocaba un tambor con unos palos, y dos hombres se pararon: eran Raimundo Amador y Kiko Veneno. El resto es historia y melodía.
Sierra Leona quiere volver a rugir
Sierra Leona es un país herido, sin confianza en sí mismo, con miles de huérfanos y familias rotas. Tristemente relacionado con la esclavitud, la guerra, el ébola y los diamantes de sangre. Uno de los lugares más ricos en recursos y uno de los más pobres del mundo. Pura contradicción, como su propio nombre: nunca ha habido leones en Sierra Leona, todo un dilema etimológico. Debe su nombre al explorador portugués Pedro de Sintra, quien en 1462 llamó a la región «Serra Leoa» (Montaña de Leones) por la furia con la que «rugían» allí las tormentas.
Freetown, su capital, crece hacinada sobre un manglar. La guerra civil (1991-2002) provocó un fuerte desplazamiento poblacional hacia la capital. Prevista originalmente para albergar a unos 300.000 habitantes, hoy son más de un millón de personas las que conviven en una ciudad desbordada, sin infraestructuras y carente de servicios básicos de electricidad, sanidad y transporte para la mayoría de sus habitantes, a lo que se suma unas instituciones carcomidas por la corrupción.
En esos suburbios de pequeñas chozas no caben sueños demasiado grandes. Allí no ha llegado el siglo XXI, ni siquiera el XX. Sierra Leona es uno de los diez peores lugares del mundo para nacer, posee la mayor tasa del planeta -según la ONU- de mortalidad infantil y materna. La mujer tiene seis hijos de promedio, una de cada 17 morirá al dar a luz. Más del 10% de los bebés no llega a cumplir cinco años. Los centros sanitarios siguen en condiciones muy deficientes, muchos sin acceso a electricidad.
La esperanza de vida es de 44 años con una media de edad de 19 años, y el índice de alfabetización se encuentra en el 25%. Más del 53% de la población debe vivir con menos de 1,3 euros al día y el 37% de los menores entre cinco y 14 años trabajan.
No es de extrañar que muchos sierraleoneses se jueguen la vida en las pateras. Un país rico en recursos, pero presa para los depredadores. Triste realidad de un mundo anestesiado y podrido.
“Siempre quedó en mi cabeza algo: cuando yo esté bien, debería acordarme de todos aquellos que dejé atrás, que siguen padeciendo lo mismo por lo que yo pasé. Es una llamada de la madre africana: vas porque tienes que volver. Recibes pero devuelves»
Rompiendo las cadenas de la esclavitud
Freetown, Ciudad de la Libertad, tiene un historión que contar. Fundada en 1787 como símbolo de libertad, para acoger a los esclavos libertos que regresaban tras la abolición -desde el nuevo continente- en busca de sus raíces arrancadas. Testimonio vivo de resiliencia y esperanza.
Imaginamos la mezcla de emociones y expectativas de esos primeros habitantes al pisar este suelo lleno de promesas, nuevos comienzos y sueños. Lamentablemente, pronto surgieron tensiones, jamás resueltas, entre los venidos de América (actualmente representan menos del 5% de la población) y los nativos africanos, que eran vistos como «incivilizados» e inferiores por los otros.
Las cadenas de la esclavitud no se han roto en este país. Los más pequeños fueron reclutados durante la guerra como niños soldados, hoy son explotados como mineros de diamantes y niñas esposas. En Sierra Leona las niñas no juegan a las casitas ni a ser mamás con sus muñecas, lo son de verdad. A los 11 o 12 años ya son amas de casa. La mayoría de los matrimonios no se formalizan, con lo que los maridos las pueden echar en cualquier momento, sin derecho a nada.
Las mafias se aprovechan de las zonas más deprimidas y rurales. Prometen aquello que las familias no pueden ofrecer a sus hijos: el acceso a una buena educación. Con este engaño, los niños acaban explotados en ciudades como Freetown.
Las infancias perdidas de Sierra Leona
Más de 12.000 niños fueron armados y adiestrados como perros de presa para el combate. Las niñas eran (¿eran?) usadas como esclavas sexuales. A la deshumanización del proceso (arrancados de un entorno familiar estable, y despojados de su infancia) se suma que los que escaparon o sobrevivieron, se enfrentaron las secuelas psicológicas y la estigmatización social.
Otro gran problema son los matrimonios concertados de niñas con adultos y la maternidad adolescente. Según la ONU, dos de cada cuatro niñas se casan antes de cumplir 18 años, cifra que supera el 61% en las zonas rurales. La tasa de maternidad adolescente es inconcebible, casi un 30% ha estado embarazada -al menos una vez- antes de los 19 años, en muchos casos por abusos o al intercambiar sexo por alimentos (debido a la extrema pobreza, hay un elevado índice de prostitución infantil).
Las cifras de violaciones a mujeres eran tan alarmantes, que el presidente de Sierra Leona, Julius Maada Bio, declaró una emergencia nacional por violencia sexual en 2019. Se estima que mitad de las mujeres del país ha sido violada al menos una vez en su vida, y el 85% tuvo su primer encuentro sexual con un hombre diez años o más mayor que ella.
Y por si todo esto fuera poco, ahora se suma el «kush», una devastadora droga sintética (mezcla de cannabis, fentanilo y tramadol) Se dice que añaden huesos humanos pulverizados -que obtienen del saqueo de tumbas- porque el azufre de los huesos ayuda a potenciar el “subidón».
La droga se está cebando con los jóvenes. En Sierra Leona sólo existe una clínica de rehabilitación, ubicada en Freetwon, y es evidente que es insuficiente ante la dramática situación, que condena a los adictos a ser inservibles deshechos sociales.
Diamond Child School
La «guerra de diamantes» dejó en el desamparo a miles de niños-soldado, consecuencia de una de las levas más salvajes. Seydu no solo ha dejado una huella en la música, también en la vida de muchos de esos niños.
En 2004 fundó la ONG Diamond Child School of Arts and Culture, una escuela-taller en Freetown para niños huérfanos de guerra, mutilados y excombatientes. En el patio del recreo volvieron a ser niños de nuevo.
Diamond Child School es un testimonio conmovedor de cómo el arte y el amor pueden sanar las heridas más profundas y transformar vidas. Seydu impulsó esta «vuelta al cole» en aquellos niños que crecieron con la brutalidad como norma, con verdaderas dificultades para integrarse en la sociedad civil. Cambiaron el kalashnikov por una guitarra, utilizando la música y la educación como herramienta de sanación y reintegración social. Un tercio de los niños sufría estrés postraumático, otro tercio estaba deprimido y más de la mitad tenía problemas conductuales y emocionales.
Nuestro país siempre se ha peleado por los diamantes, yo nací ahí y nunca he visto uno. No sé cómo son. Sé que los hay y que los roban. Pero en esta tierra los verdaderos diamantes son los niños y las niñas.
El promedio de escolaridad de las niñas sierraleonesas es inferior a tres años, pero en Diamond Child School hay más niñas que niños, precisamente para paliar esa vulnerabilidad.
Anualmente más de 500 niños reciben una educación digna. Muchos consiguen crear un pequeño negocio a través de microcréditos. Es el único centro que representa las artes culturales de Sierra Leona.
Diamond Child crea humanidad y futuro a través de la educación, una de las herramientas que más necesita el continente, favoreciendo que muchos niños vuelvan a tener dignidad e incluso una familia que los quiera.
Si quieres colaborar con esta pequeña gran ong, puedes hacerlo aquí https://diamondchildschool.org/donar o contratando a Seydu con sus conciertos, conferencias o en la modalidad mixta.
Diamond Child no tiene una estructura costosa con oficinas o puestos administrativos. Se organiza con Seydu al frente y algunos voluntarios. Cada euro recaudado llega al terreno y se invierte en cubrir los gastos de educación, uniformes, material escolar y los sueldos de los profesores. ¿Nos ayudas a ayudar?
Diamantes de Sangre
Los diamantes han marcado la trayectoria de Sierra Leona, que ha sido gestionada durante décadas como una gran cantera. Se descubrieron alrededor de 1930 y, según cuenta la leyenda, los británicos disuadían a los lugareños diciendo que piedras eran peligrosas y provocaban descargas eléctricas, que no las tocaran hasta que un hombre blanco se encargara. Y el hombre blanco se encargó.
El gobierno colonial comenzó el expolio, y en 1937 vendió a De Beers (compañía con sede en Luxemburgo fundada por el imperialista/supremacista Cecil Rhodes) los derechos de minería exclusivos del país durante los siguientes 99 años. «Un diamante es para siempre» y parece ser que la explotación que conlleva su sustracción también. Por cierto, la firma lanzó su famoso eslogan «A Diamond is Forever» en en 1947.
Mi pueblo tiene que ser capaz de vivir con lo que tiene, sin necesidad de acudir a nadie ni buscar apoyos en ningún lugar. Lo tiene todo. Pero tristemente el colono nos enseñó que hemos de tender la mano siempre para poder conseguir algo y eso, no crea más que dependencia
Pronto hubo miles de mineros ilegales con tamices caseros (con más miedo a los calambres del hambre y la miseria que al de esas piedras), vendiendo lo que encontraban a comerciantes libaneses y mandinga.
Sierra Leona logró desembarazarse de la tutela inglesa en 1961, el gobierno recién independizado recompró la mayoría de los derechos de extracción minera, se otorgaron nuevas licencias y se desarrolló un sistema de patrocinio. Los compradores locales de diamantes (libaneses, en su mayoría) financiaban a los mineros facilitando las pequeñas operaciones de extracción, luego les compraban las piedras. No sonaba mal, pero entonces y ahora, el gobierno se dedica a vender el país, facilitando concesiones a multinacionales extranjeras que no dejan nada dentro, salvo en sus propios bolsillos.
La cadena alimenticia es muy larga, todos se van quedando con algo entre las uñas, y los que están con medio cuerpo en el agua bateando son los que menos ganan, si es que ganan algo. Haría falta potenciar el sector privado para que los diamantes se pulieran y tallaran allí, impidiendo la permeabilidad de la riqueza al exterior.
La incivilizada guerra civil
La extracción codiciosa y violenta desencadenó la contienda en los años noventa. Los diamantes financiaron ilegalmente a los «señores de la guerra», y el conflicto armado se prolongó durante más de una década. Dejó más de 120.000 muertos y finalizó en 2002 tras la intervención internacional.
La falta de ideología o programa político de los rebeldes dejaba bien patente que el único interés era el control de los diamantes. Fueron once años de codicia, violencia extrema y sangre.
Dejó graves heridas en su tejido social y destruyó gran parte de la endeble infraestructura del país. Fue una de las guerras más brutales de los últimos tiempos, con graves faltas a los derechos humanos, y cuyo impacto psicológico afectó a generaciones enteras. Uno de los ejemplos más sangrantes fue el uso de la violación como arma de guerra (especialmente mujeres y niñas) o las terribles amputaciones.
El conflicto estalló en 1991 en la frontera de Liberia, y pronto se extendió en una metástasis mortal por todo el país. El Frente Revolucionario Unido (FRU) -con Foday Sankoh a la cabeza- contó con el apoyo de las fuerzas especiales del Frente Patriótico Nacional de liberia (NPFL) Intentaron el derrocamiento del entonces presidente, Josep Mohom.
El FRU pronto atemorizó a la población. Capturaba principalmente niños, a los que usaba para conseguir los diamantes, perpetrar matanzas y mutilaciones a los ciudadanos que se negaban a la esclavitud de la extracción de diamantes (que financiaba la guerra y enriquecía a sus caciques). A las niñas las explotaba sexual.
El Proceso Kimberly fue un programa internacional que trató de poner freno a la exportación y venta de diamantes de sangre y, con ello, poner fin a la contienda.
Una guerra tan inhumana, tan cruel, tenía que ser castigada. En el 2012, el expresidente de Liberia, Charles Taylor, fue condenado a 50 años de prisión por crímenes de guerra y de lesa humanidad. Desde el juicio de Nuremberg, es el único jefe de Estado condenado por crímenes de guerra por un tribunal internacional. Milosevic, presidente de la antigua Yugoslavia, murió antes de que se dictara sentencia.
Sin duda, la que acaparó más portadas durante el juicio (y no por estar posando) fue la modelo Naomi Campbell. Tuvo que testificar, ya que recibió unas piedras «pequeñas y sucias» (el hacerse la tonta siempre da resultado) durante una visita a Sudáfrica en 1997. Ni tan pequeñas, ni tan sucias, Taylor le dio un gran diamante en bruto tras una cena ofrecida por Nelson Mandela.
El ébola en Sierra Leona: una guerra más
Mientras Sierra Leona luchaba por sanar las heridas, una nueva guerra la asoló: la del ébola. Una epidemia que devastó el país (2013-2016) y que le dio la puntilla a un país herido de muerte. El brote de ébola dejó casi 15.000 enfermos, la mitad de toda la región, e hipotecó el futuro de la población.
En España nos enteramos cuando falleció el religioso Miguel Pajares, de la orden de San Juan de Dios. Nuestros muertos duelen más, como suele pasar. Aunque hayan perdido la vida más de 12.000 personas, otros tantos están enfermos y sin tratamiento, y deja miles de huérfanos y familias rotas.
El sistema de salud colapsó, muchos médicos murieron y otros tantos salieron del país dejándolo en un estado de absoluta vulnerabilidad y desamparo. Actualmente cuenta con algo más de 150 médicos profesionales, unos dos doctores por cada 100.000 habitantes (una de las densidades más bajas del mundo).
Conferencias de Seydu
Contratar las conferencias / conciertos de Seydu es un regalo. No solo supone emocionarse al escuchar sus vivencias y su música, además estás colaborando con su ong Diamond Child y contribuyendo a que muchos niños tenga la posibilidad de un futuro mejor.
Las conferencias de Seydu son una lección de vida, nos habla de solidaridad, de humanidad, de resiliencia, esfuerzo, autoliderazgo, desarrollo personal, integración y superación. Sin duda, uno de los speakers del momento.
Si quieres saber más sobre Seydu y su ong Diamond Child, contacta con Helpers Speakers en raquel@helpersspeakers.com o info@helpersconsulting.com o busca su perfil en: www.helpersspeakers.com
Un abrazo,
Raquel S. Armán
Socia cofundadora
HELPERS SPEAKERS
sanchez.arman@helperspeakers.com o raquel@helpersspeakers.com
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